La cocina, espacio de Trans-forma-Acción

El acto revolucionario de la cocina consciente, es mediante el fuego que hierve los alimentos que nutren el cuerpo, la esperanza y la reexistencia para un buen vivir y vivir sabroso.

Por Paula Andrea Lainez Soto

Foto: Paula Laínez

La cocina ha sido el lugar históricamente asignado de forma impositiva a la mujer, un espacio privado en el que, aún dentro de su propio hogar, a la mujer se le limita la participación en la toma de decisiones, tal como ocurre dentro de las mismas comunidades. Como lo explica Ányela Heredia Borja, coordinadora y coatutora del libro Cocinando Historias y activista de la comercialización justa tanto en Alemania como en Colombia, “las mujeres en nuestras sociedades estuvieron durante décadas relegadas al espacio de la cocina, porque el sistema patriarcal escogió por ellas, las internó a la cocina, al espacio donde no se toman las decisiones, donde no las ve nadie, el espacio donde no incomodan y nos hacen bien a todos”. 

Por esta razón, no es de extrañar que las mujeres decidan hoy salir de la cocina y empiecen a habitar con su lucha y rebeldía espacios en los que históricamente no fueron aceptadas. Y es que los feminismos han visibilizado la existencia de un sistema capitalista y patriarcal que obliga a las mujeres a habitar la casa, y en el que, además, deben renunciar a su propio proyecto de vida con el fin de contribuir al “cuidado” del obrero que, a su vez, con su trabajo, sostiene el capitalismo.

Sin embargo, para los pueblos originarios y ancestrales, la cocina, el fogón, la tulpa o el fuego han sido el centro de sus encuentros y es en estos lugares donde se ha reunido toda la comunidad para la discusión de distintos temas. Así lo dice Ányela Heredia: “El fogón es un espacio privilegiado, sagrado para compartir, para discernir, para construir pensamientos; entonces el espacio de la cocina es un espacio fundamental para generar la primera reflexión política”. Y es desde allí que se viene gestando una lucha en Latinoamérica, más exactamente por parte de las mujeres afros, indígenas y campesinas que buscan reivindicar y reavivar la cocina, considerándola como una apuesta política de construcción colectiva que protege la vida y sus territorios.

 Laura Rojas Ríos, Coordinadora del Comité Local de Medellín de la Red Nacional de Mujeres Afrocolombianas Kambirí, explica que “la cocina permite transmitir unos saberes y con ellos unas prácticas culturales, unas cosmovisiones, una forma de vida. Y todo ello tiene que ver con lo político”. Y agrega: “Más allá de pensar que las mujeres estén por fuera, lo importante es que la cocina pueda ser un espacio en el que todas y todos podamos caber, que no sea un asunto obligatorio o designado a la mujer, sino que todos podamos estar allí”.

Por otro lado, Deyanira Valdés Mayora, también integrante de la Red Nacional de Mujeres Afrocolombianas Kambirí, dice: “Yo puedo invitarte a charlar, pero si no está marcada por un buen alimento no está completa la charla, y a mí me gusta ese cohesionar el alimento desde lo ancestral, que nos ate al territorio ya sea en el sabor, el color o en la forma como se prepara”. Ella considera que es a través del alimento y la cocina como puede pervivir su cultura chocoana.

Es por ello que las mujeres decidieron trasladar la cocina de ese lugar privado e invisibilizado a los espacios públicos; politizaron el alimento mediante sus ollas comunitarias, acompañaron a quienes en medio del estallido social estuvieron en las calles o en la realización de la pedagogía política que endulzó la palabra y el debate de una forma más amena, donde concurrían diferentes pensamientos e ideologías. “En las pasadas campañas electorales para la presidencia se desarrollaron muchos fogones, la gente estaba alrededor a veces ni por comer, sino por compartir con el otro y la otra, desde allí está el mensaje político, de que no es tanto lo que le vamos a echar a la olla, no es lo que nos vamos a comer, sino cómo nos disponemos como personas a estar en ese momento desarrollando algo que es para el bien común, y eso es político”, dice Deyanira Valdés.

Tenemos la responsabilidad de alzar la voz y salir a las calles a exigir y denunciar que no queremos cocinas en donde estén incluidas las mujeres por obligación, no queremos cocinas donde las mujeres no podamos participar en la toma de decisiones comunitarias, del hogar y personales, ni queremos cultivos que dañen la tierra, que perjudiquen la salud y deterioren la naturaleza.

 Además, tenemos el compromiso de repensar el espacio de la cocina y del alimento, donde nazcan cocinas libres y rebeldes que cuestionen todo, que reaviven lo ancestral y lo político, que permitan tejer la palabra desde la diferencia, cocinas en donde estemos todas y todos. Como explica Ányela Heredia, “cocinar juntos da alegría, es un espacio en el que se comparte, es un espacio en el que educamos a los niños.  Si los niños ven desde temprana edad a hombres y mujeres cocinando juntos y compartiendo el alimento, todos esos niños van a querer primero comer de todo y segundo van a entender que la cocina es una alegría”.

Este tipo de apuestas son las más invisibilizadas o estigmatizadas por considerarlas irrelevantes debido al desconocimiento existente frente al gran aporte social, cultural, político y económico que se da desde el espacio de la cocina, por ello hay que continuar visibilizándola y hacer que este se vuelva un tema para la supervivencia humana y de la naturaleza misma. Como lo explica Laura Rojas: “El tema de cocinar es un tema de supervivencia: si yo no cocino o tengo que pagar para que alguien lo haga o tengo que comprar, sencillamente me va a ir muy mal en términos del comer. Entonces el cocinar es un tema de supervivencia, de conservación de la especie humana”. La lucha, desde los fogones y el alimento, ha permitido mantener en pie la memoria ancestral, la protección del territorio, de la vida humana y de la naturaleza, pues su apuesta involucra la posibilidad de escoger qué cultivar, cómo cultivar y qué alimentos consumir. Pero también el fortalecimiento de la vida colectiva y la armonización de la misma haciendo partícipes de la cocina a hombres, mujeres, niños y niñas para que sea allí donde surja la magia del compartir y la reexistencia.

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