Ganarse la vida, hasta que llegue la muerte

Por Jhonny Estrada

Foto: Jhony Estrada

La vida es algo que aún no se ha podido explicar, pero su concepto parece capturar toda la existencia en su infinitud. Aunque es involuntario hacer parte de ella y su potencialidad, la experiencia, en el verdadero goce de los sentidos de la fugaz vida humana, podría constituir una gran oportunidad. Sin embargo, si la vida se supone también un derecho, no deja de resultar extraño, absurdo y contradictorio, en la realidad del sistema social actual, que una persona después de viva, tenga que ganarse la vida, como si esta no la hubiera obtenido aún.

Nodier García fue campesino la mitad de su vida y la otra mitad, hasta hoy, ha sido vendedor ambulante en las calles de Guayabal (Medellín). Su historia y su quehacer representan a muchos colombianos que, a falta quizá de suerte o abandonados a ella por parte del Estado, han tenido que sobrevivir de la venta ambulante, revestida y mal llamada trabajo independiente. Por lo tanto, han quedado por fuera del sistema pensional. Este es uno de los ejemplos de que el proyecto de sociedad actual ha fracasado, porque en él se niega la vida y, en consecuencia, tanto Nodier como muchas otras personas, deben ganarse la vida trabajando, hasta que llegue la muerte.

Me cuenta Nodier, con orgullo de hombre guerrero, que nació en Río Negro el 1 de mayo de 1974 y que quizá será por el significado esta fecha que es muy trabajador. Se crio en el Carmen de Viboral y vivió en el campo de la agricultura hasta los 26 años, cuando le dio una hernia por lo engorroso y matador del trabajo allí. A partir de este suceso, intentó acceder a la ciudad buscando un trabajo más liviano y fortuitamente se le presentó la oportunidad de adquirir un triciclo para vender mangos, negocio con el cual entonces comenzó su nueva forma de sobrevivir y su estadía en Medellín. Así lleva subsistiendo los últimos 24 años de su vida, pero ahora trabaja con un carro de crispetas, donde también vende Bonice y otros productos.  

Cuando le pregunto por la pensión, dice que en su momento sí la deseó y llegó a pensar en obtenerla. Pero, en cuanto a la subsistencia trabajando de cuenta de otro, las cosas no se le dieron; aunque buscaba empleo, nunca tuvo suerte. Este fue un factor por el cual se dedicó más bien a la venta ambulante. Sin embargo, comenta que “en la acción de subsistir y trabajar de cuenta propia como independiente, solo da para el diario vivir y no más”, por lo que no le alcanza para pagar seguridad social integral y costearse su pensión. Nodier, con el fruto de su trabajo, paga el alquiler de una habitación que le cuesta 400 mil pesos, con servicios incluidos; y la comida, por aparte, se la rebusca día a día en la calle. Además, cuando le va bien, les colabora a sus hermanas y, en especial, a su papá que tampoco obtuvo la pensión.

Cuenta que su padre, que tiene 71 años, contrario a él, sí tuvo la oportunidad de acceder a una pensión; pero la rechazó porque su pensamiento era que pagarla solo enriquecía las arcas de otros. Hoy en día, dice Nodier, su padre se queja, pues se dio cuenta que había cometido un error, y ahora en su vejez siente la necesidad de la pensión. No obstante, Nodier tiene la creencia de que la vida nos devuelve lo que le damos, y como su padre nunca hizo nada para obtener pensión, no debería quejarse sino asumir. Pero quizá esto es parte del acostumbramiento en el que nos sumergen a todos, de aceptar la vida como una tragedia.

Nodier nos sugiere que la vejez es algo que la humanidad debería pensarse más conscientemente. En su caso, proyectarse a tener un negocio que le ayude a sostener los últimos años de vida. Como también es el caso de su padre, que tiene un negocio pero que, por falta quizá de energía vital para trabajarlo, solo obtiene de él para el día a día.

El carro de crispetas que posee Nodier hoy es un sueño cumplido de hace 22 años. Y lo toma como su garantía de pensión. Su proyecto es obtener más entradas económicas para ir descansando gradualmente hasta que ya no tenga que trabajar. Reconoce que hubo un tiempo en el que fue ludópata, por lo que sufrió muchos impases, pero que esta experiencia lo hizo más consciente para valorar el esfuerzo de su trabajo y pensar más en el futuro. Deseemos pues, que su proyecto se realice y que la lógica del sistema capitalista no lo arroje más bien a repetir la historia de su padre y a confirmar la realidad de injusticia respecto al adulto mayor en la sociedad colombiana. A todas estas, es inevitable preguntarse que siente el padre de Nodier, que aun a sus 71 años debe levantarse cada día a rebuscarse la vida. A leguas, es innegable que, en el orden social actual, la vida ha fracasado. Pues en este sistema capitalista se valora la juventud por su productividad y, por ende, se rechaza la vejez por resultar obsoleta en las velocidades industriales. Lo que ayuda entonces a perpetuar la injusticia hacia el adulto mayor, pues no es cierto que en esta sociedad se garantice la vejez digna, dado que el sistema pensional no es eficiente y en el fondo funciona más bien como maquillaje de lo injusto del orden establecido. A Nodier, que enfrenta la vida con gran optimismo, lo podemos encontrar deambulando con sus ventas por las calles de Cristo Rey y afuera del colegio Santo Ángel. Aprovecha esta oportunidad para hacer un llamado a la comunidad a ser más solidaria con los venteros, pues, apunta, estamos en una sociedad donde, en vez de ayudarnos entre todos, lo que hacemos es señalarnos y criticarnos.

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