La filosofía política de las derechas

Por Aníbal Pineda Canabal

Ilustración: El hombre y el macrocosmos, Ilustración de Robert Fludd

Las derechas políticas asumen con dificultad el conflicto en las sociedades. Se resisten a entender a estas últimas como un conjunto dinámico de intereses diferentes que, en ocasiones, resultan también antagónicos. Para conjurar dichos antagonismos, las derechas recurren al viejo paradigma organicista, según el cual existiría un paralelo entre la vida orgánica de los individuos y la vida social del grupo. Este paradigma piensa, pues, las sociedades como cuerpos a gran escala, como organismos vivos más grandes, asociados a ciertos determinismos y dependientes de ciertas leyes.

La primera de esas leyes biológicas postula que, de la intrínseca, y por demás evidente, desigualdad de capacidades en los seres humanos se sigue la desigualdad social que se refleja en relaciones jerárquicas naturalizadas y basadas en la diferencia de clases. Un mundo sin patrones y subordinados es desechado como quimérico. El ideal de la igualdad se ve así invalidado en nombre de un pesimismo que desconfía de la posibilidad de una transformación de las relaciones sociales y para el que la libertad humana debe estar permanentemente encuadrada por instituciones, aparatos policiales, etc. Estos se constituyen como un sistema de represión blanda, dosificada, soportable y, al fin y al cabo, necesaria para la consecución del orden social, meta máxima que asegura el progreso. El orden no es más que la conformidad del sujeto con lo que le corresponde, según su talento o según el poder económico de su parentela.

Las metáforas de que se sirven las derechas para expresar su comprensión de los fenómenos sociales tienden entonces a considerar la sociedad como un todo acabado. Este todo no es ya la totalidad dinámica de las izquierdas, sino un universo autorreferencial gobernado por leyes eternas, consagradas ya por el dogma, ya por su carácter biológico o consuetudinario. La sociedad viene a ser así como un gran barco en el que todos van en la misma dirección. Los pasajeros de ese barco buscan una sola cosa, a saber, su bienestar. Que no naufrague el barco solo puede ser resultado de la concordia y la colaboración entre sus los pasajeros.

Como sustituto de las relaciones de dominación, las relaciones económicas son presentadas como relaciones empresariales neutras que se dan en derecho bajo la fórmula “todos ganamos”. Así pues, el interés del que manda y el interés de los que obedecen coinciden. Señores y siervos pueden y deben convivir en paz y dirigir sus energías en dirección al progreso. Confían en que la pobreza puede ser vencida por medio de reformas graduales, obstaculizadas hasta ahora o por la delincuencia o por la corrupción. Pero la meta es, supuestamente, realizable si se endurecen los sistemas de control y se redoblan las penas infligidas a los infractores. En fin, que, con la desconfianza en la libertad, conviven contradictorias visiones idílicas de las relaciones económicas; las mismas que Marx en El Capital llamaba “niñerías insulsas”, pues traslapan los orígenes verdaderos de la riqueza de unos pocos y de la pobreza de la gran mayoría.

En su ejercicio político, las derechas tienden al catastrofismo, a la lógica de las pendientes resbaladizas y al après moi le déluge (después de mí, el diluvio). Para evitar los males profetizados, usan espantajos. Mencionemos uno de sus preferidos: la lucha de clases. Línea delantera del antimarxismo, la entienden como la animadversión de unos hacia otros, como el odio injusto contra el empresario sembrado en el corazón de los obreros por un líder político, su movimiento o su ejército de troles. El odio de clase sería, en esencia, la estrategia última que los movimientos asociados a las izquierdas, tenidos por criptocomunistas, estarían aplicando cada vez que se atreven a cuestionar o a la clase empresarial o al capitalismo financiero en favor de cualquier reivindicación popular.

La lucha de clases ha dejado de ser aquí, como lo era para Marx, el gran principio del devenir histórico de las sociedades para convertirse en una herramienta de acción política desestabilizadora, que se promueve con el fin de generar caos. En realidad, el rechazo de una agonística social de naturaleza económica, es decir, el rechazo de la tensión existente entre los intereses de clases sociales distintas, al tiempo que busca apaciguar los elementos díscolos de la colectividad, sirve de soporte a una actividad concreta en la que se compromete el Estado: la aplicación de las fórmulas neoliberales en su versión clásica o bajo el rostro de la aventura libertariana.

Por último, en su trabajo deliberativo público, las derechas suelen hacer uso de conceptos ajenos a su tradición intelectual, históricamente antiprogresista y contrarrevolucionaria. Se produce así un secuestro de los conceptos que captura para la reacción el pathos (estado de ánimo) del indignado, tradicionalmente vinculado a causas libertarias o emancipatorias. Se movilizan así conceptos tales como la resistencia civil o aun símbolos, estilos y acciones propias del imaginario de la protesta.

A veces incluso conceptos tradicionalmente marxistas se usan en clave antimarxista. La ideología de género, por ejemplo, espantajo moral preferido de las derechas religiosas, se basa en el concepto, de raigambre marxistas, de ideología, pero lo usa en sentido integrista. La crítica ideológica, contribución con que la filosofía pretendía haber dotado al proletariado en vistas de su emancipación, ahora aderezada con fake news y teorías conspirativas, termina convertida en el desenmascaramiento de un pretendido plan de dominación transnacional que, aunque con carácter fantasmal, pone en peligro la supervivencia misma de la especie.

Alguien llegó a pensar que las derechas prefieren enraizarse en el presente y no proyectarse demasiado en el futuro y mucho menos en una sociedad que pueda dar un salto cualitativo hacia una mejor versión de sí misma. Las derechas, paladinas de la gestión, de la administración responsable de los recursos y campeonas de la tecnocracia, ven en el orden actual el único por ahora posible y el mejor hasta ahora inventado, el mismo que la humanidad ha de sostener en paz, como navegando en el mismo barco, como dando vueltas eternamente en el mismo astro, sobre un gran mantel de estrellas.

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