Moravia imaginada: una maleta y muchos viajes

Por Ányela Heredia

Lo que comenzó como un proyecto de trabajo de grado se ha ido convirtiendo en un poderoso tejido de voces y propuestas de cómo recuperar la memoria y activar el patrimonio histórico de un barrio que es un hito en Medellín: Moravia. El trabajo de Víctor Jiménez nos propone un viaje por las múltiples historias de Moravia a través de la imagen y el tejido comunitario, rescatando los documentales que se han realizado sobre el barrio a lo largo de los últimos 44 años.

Fotografías propiedad de Víctor Hugo Jiménez Durango, capturadas por Alexis Quintero Bolívar

Memoravia

En Moravia se han tejido y se tejen cientos de miles de historias de medellinenses, unos nacidos allí y otros adoptivos, venidos de diversos rincones del país, buscando futuro, huyendo de la violencia y la miseria.  

El 27 de octubre, en el marco de la celebración del día internacional del patrimonio fílmico, se reunieron en un conversatorio tres personajes que narran el ayer y el hoy del barrio Moravia: Heroína Córdoba, Ane Fischel y Víctor Jiménez se juntaron para presentar una nueva versión del documental “Misa Colombiana”, probablemente el primer documental que se hizo sobre el barrio Moravia, apenas en 1977.

Para entonces, alrededor de 370 familias habitaban ya el Fidel Castro (lo que hoy se conoce como Moravia). Heroína Córdoba, una de las fundadoras del barrio, cuenta que en esa época existían 39 barrios “tugurianos” en Medellín y que juntos fueron tejiendo una red para mejorar sus condiciones de vida: “Hacíamos obras de teatro, festivales, convites, sainetes, acciones culturales que inventábamos para juntarnos y dar a conocer a otros barrios la necesidad que teníamos de comunicarnos y unirnos porque teníamos las mismas problemáticas”. Fue así como consiguieron llevar el agua y la luz a sus territorios y poco a poco fueron mejorando sus casas, construyendo guarderías, escuelas, iglesias y espacios deportivos para compartir en comunidad.

En todo ese proceso los habitantes de las periferias de Medellín contaron con el apoyo de varios sacerdotes que predicaban la Teología de la Liberación, como Vicente Mejía y Jaime Osorio, entre otros, quienes aportaron al fortalecimiento de procesos organizativos en diferentes sectores, de la mano de sociólogos, estudiantes y todo un séquito de personas solidarias con la causa de los tugurianos: hacer de sus barrios lugares dignos para vivir.

El documental de Ane Fischel y Glenn Magnatt es un retrato vivo de aquel momento histórico. Su protagonista, Ana Tulia, habría llegado en 1956 a este sector con su esposo Rafael en busca de mejores condiciones de vida, y a ellos se sumaron muchos otros, que sin embargo no encontraban en Medellín mayores oportunidades de sobrevivir. Diez años más tarde, el basurero municipal fue ubicado muy cerca de sus casas, y la basura, o “los desechos de los ricos” como los llamaba doña Tulia, se convirtieron en la principal fuente de ingresos de cientos de familias que fueron llegando atraídas, no por la fiebre del oro, sino por aquella mínima posibilidad de sustento que les ofrecía la basura.  

El hilo conductor del documental es una homilía celebrada por el padre Jaime Osorio en el territorio; su voz interpreta un versículo del evangelio que habla del amor e interpela a sus oyentes preguntando: “¿Será posible el amor en Colombia cuando solo en Medellín hay más de 100 mil hermanos nuestros que viven en tugurios como ustedes? Y nosotros sabemos que las condiciones materiales de la vida en los tugurios son infrahumanas, no son dignas de un hijo de Dios”, palabras tan vigentes hoy como entonces.

Las imágenes de decenas de hombres y mujeres lanzándose a montón a la llegada de los camiones recolectores de basura para ser los primeros en acceder a los tesoros escondidos en ella son desgarradoras, pero también las acompaña el relato de vida de doña Tulia, su familia y esas pequeñas “alegrías de los pobres” como el baile, la risa y el hacer y soñar juntos.

Moravia Imaginada

De aquella Moravia convertida en morro de basuras no queda nada, por su ubicación estratégica (ya no es la periferia, sino el centro de la capital del Valle de Aburrá) es hoy uno de los lugares más codiciados para la expansión de proyectos de desarrollo urbano, con sus consabidos centros comerciales, edificios altos y parques lineales, que solo sirven para pasear mascotas. Pero en esos proyectos no caben los actuales habitantes de Moravia, con sus casas, calles y callejones construidos en desorden y llenos de algarabía. Sobre ellos pende constantemente la amenaza de desalojo, la oferta de compra de sus viviendas y comercios a precios irrisorios, y hasta el dolor de pensar en tener que irse como llegaron “con una mano adelante y otra atrás”, pues muchos de ellos no cuentan con una escritura que los acredite como propietarios de sus viviendas. “¿Cuánto tiempo nos costó hacer de este territorio un espacio digno para la vida? Y ahora viene la Administración a cobrar lo que no es suyo”, expresa indignado un habitante del barrio.

Por eso en Moravia se tejen día a día memorias de resistencia, y en ese contexto la propuesta de elaborar una maleta que recogiera el patrimonio fílmico del barrio cayó como anillo al dedo. No fue difícil para Víctor encontrar con quien trabajar: las mujeres del Costurero de Moravia del Centro del Desarrollo Cultural, grupos como Ellas Crean, Literatura y Otras Artes y otros colectivos.

Aún en medio de la pandemia, estuvieron dispuestos a encontrarse para ver juntos los documentales y elaborar productos artísticos a partir de los sentimientos e impactos que en ellos generaban los audiovisuales. En un diálogo de saberes que duró casi dos años, aprendieron mucho sobre cine e imagen, e hicieron sus propias animaciones, elaboraron escritos, dibujos, bordados y revivieron juntos las historias de lucha que configuran su territorio e identidad a partir de la memoria audiovisual. Pero, además, se juntaron con colectivos de otros barrios de la zona Nororiental para tejer lazos, intercambiar ideas y renovar afectos.

En palabras de Víctor Jiménez, quien es historiador de la Universidad Nacional-Sede Medellín, con una larga trayectoria en procesos sociales, artísticos y culturales de la ciudad, “este proyecto apuesta por las prácticas artesanales y las narrativas audiovisuales del barrio como expresiones, lentes y campos inmateriales con los cuales la comunidad vive, crea, tramita y resuelve a diario sus cambios, problemáticas y alternativas”. Es una forma de entretejer el patrimonio vivo y permite actualizar y difundir el cine documental del barrio por medio de variados dispositivos artesanales elaborados por sus habitantes, lo que genera un mayor nivel de apropiación.

El resultado es una maleta textil, elaborada con retazos y fotogramas de las películas bordadas por las mujeres del barrio, “propiciando la apropiación de lo intangible de las películas como polifonía de expresiones, narrativas y representaciones audiovisuales”.

42 documentales, en 34 bolsillos de la maleta, hacen parte del catálogo que hoy se recoge en este proyecto de investigación-creación-apropiación del patrimonio local y comunitario, que se encuentran a disposición no solo de los habitantes de Moravia, sino de todos los que quieran caminar con esta maleta de retazos a cuestas y conocer mejor los relatos que albergan en ella. Además, uno de los productos de este archivo vivo es un catálogo de los documentales mediante códigos QR y el colectivo Barber Art, en la plazoleta Caribe, del morro de Moravia, le explica a transeúntes y habitantes del barrio cómo acceder a los documentales en internet por medio de los códigos QR.

La maleta textil pretende ser una muestra itinerante que despierta gran interés en la historia de Moravia y sus gentes, en su lucha y también en la urgencia de sensibilizar a los gobernantes y a toda la comunidad de Medellín sobre la importancia de respetar las dinámicas propias de los territorios y el derecho de sus habitantes a una vivienda digna.

Así mismo, el proceso despierta mucho interés en los amantes del cine documental y ha motivado iniciativas como la de Ane Fischel, autora de “Misa colombiana”, quien después de tantos años se propuso restaurar el documental y entregárselo de nuevo a la comunidad. Según cuenta, su propuesta tuvo origen en lo que se llama cine documental de observación, para lo cual es necesario sumergirse en la comunidad: el documentalista “tiene que aprender cuál es la realidad para ellos (la comunidad), no solamente para mí como visitante extranjera, sino para ellos y también mostrar la vida de la gente. (En Misa colombiana) la escena de la basura es muy dramática, pero después Tulia lava su cara y esa es una muestra muy importante de su dignidad. Eso solo fue posible porque yo estaba con ella en su casa todos los días”. Varios artistas se sumaron a esta propuesta: raperos, diseñadores y, por supuesto, el Centro de Desarrollo Cultural de Moravia con su Centro de Memoria Barrial, donde se puede encontrar la maleta textil.

Amoravia

Misa colombiana termina con el final de la homilía del padre Jaime Osorio donde afirma que para establecer el amor en Colombia se necesita más que palabras; hay que “construir la justicia y construir una sociedad más digna, más igualitaria, donde no haya explotación, donde no haya miseria y entonces así conocer de verdad a Dios”.

El año pasado los colectivos de jóvenes artistas Afropower y Moravia City Rappers construyeron una propuesta musical llamada tenemos Amoravia, un homenaje a su barrio con el que se cerró la última actividad del proyecto en la que se entregó la maleta textil a la comunidad del barrio: “Si se trata de cultura yo te voy a mostrar/ un lugar muy bello que se ubica en Moravia/, lleno de colores, de olores, de sabores/, de personas lindas, guerreros y luchadores/ que perdurarán por siempre en los corazones”  ¡Así sea!

Abajo:

En el blog Utopías y Heterotopías Urbanas podemos encontrar una sistematización de todo el proceso y, próximamente, también la colección de QR para el acceso de todos desde cualquier lugar.

http://utopiasyheterotopiasurbanas.blogspot.com/search/label/Moravia?m=0

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