Orión y Bonita

Por Ana Lucía Pérez

Foto: Ana Lucía Pérez

Desde hace varios años, Natalia venía con el cuento de querer un caballo, yo le seguía la corriente, aunque no pensé que fuera a ser realidad. ¿A quién se le ocurre tener un caballo cuando no hace parte de ese mundo?

A mediados del 2023, la Gobernación de Antioquia lanzó “Adopta un caballo, transforma una vida”, campaña para cambiar los vehículos de tracción animal por motocarros de carga, lo cual dejaba más de 700 caballos sin hogar ni oficio.

Finalmente, llegó el momento de enfrentarnos a la decisión, ¿en verdad queremos un caballo? No sabíamos ni qué comía uno, ni sus cuidados. Preguntamos a algunas personas y como todas tenían opiniones diferentes en cuanto al costo de su mantenimiento, como siempre hemos hecho “nos tiramos al agua” y caímos sentadas en una yegua.

Corrimos a conseguir un camión que la recogiera en Santa Elena y la llevara hasta San Jerónimo, donde vivimos con nuestras dos perras. Y como dicen por ahí, “untado un dedo, untada la mano”, le propuse a Natalia que pidiéramos otro caballo, porque seguramente en el corto plazo nos antojaríamos de otro y era mejor aprovechar el alto costo del transporte para traer dos de una vez.

El día de conocerlos, aprovechamos para dar un paseo por la Mayorista, buscando bebederos, aperos, melaza, rasqueta, todo lo que íbamos averiguando que necesitarían los nuevos integrantes de la familia.

—Y ese tan bonito que hay ahí, ¿qué? —pregunté cuando fuimos a ver la yegua que nos habían asignado.

—Esa es la suya.

No lo pude creer y emocionada salté de alegría. Era una yegua que parecía una vaca, pinto para ser exacta. Divina, no había ninguna otra como ella, y esquiva, en cuanto intenté acercarme, se esfumó.

Nunca preguntamos cómo se llamaba, para mí de inmediato se llamó “Bonita”, porque a pesar de llevar en el anca enormes cicatrices que su esclavitud le había dejado, y de no tener un ojo, era la yegua más hermosa que había visto. Tampoco queríamos que ella se identificara con algo relacionado con esa vida que estaba dejando. Jamás volvería a trabajar, ahora era jubilada con buena suerte, no como los jubilados de este país.

Nos mostraron los demás caballos que tenían disponibles. Aquella escena provocaba llorar. La mayoría demacrados, desnutridos, moribundos incluso. A excepción de uno, que parecía el caballo de la Barbie que tuve cuando era pequeña. Yo quería ese, pero Natalia en su enorme sabiduría escogió un colimocho de los que estaba en peor estado, porque a ese nadie iba a querer adoptarlo, en cambio al rubio aliviado espectacular se lo llevarían de inmediato.

Me acerqué lentamente a él y le conté que al día siguiente lo iban a trasladar a una finca grande y hermosa en la que tendría mucha comida y, más que todo, amor.

¿Qué fue de la vida de ese caballo? No tengo la menor idea, porque en Santa Elena se enredaron con tanto equino moribundo y nos mandaron el que no era.

Recibimos uno tan jodido como el colimocho, pero de cola larga, eso fue lo que lo delató. El pobre llegó con catéter puesto, al borde de la muerte; no podía caminar bien, ni movía la cola para espantarse las moscas, y se le veían los huesos. En el momento en que pisó la hierba empezó a comer y no se detuvo en los primeros días.

Natalia lo llamó Orión, después de divagar entre nombres. También intentó cambiarle el nombre a Bonita, pero no la dejé.

Él solo tomaba agua si tenía melaza y pudimos acercarnos desde el comienzo.  Pensamos que era muy simpático y dócil, pero, en realidad, no tenía energía ni vida para huir. Bonita sí tomaba agua cuando nos retirábamos, pero se alejaba si sentía nuestra cercanía. Con los días empezó a acercarse a varios metros de distancia, observando atentamente cómo tratábamos al otro. Creo que al ver que no le hacíamos daño, empezó a relajarse un poco. Nos dijeron que debíamos tener paciencia con ella y eso hicimos.

Luego de algunas semanas, muy despacio y con mucho cuidado me dirigí hacia ella rasqueta en mano, así como quien no quiere la cosa, y para mi sorpresa, se dejó tocar. Fue increíble. 

Por ese mismo tiempo tuvimos que pedir ayuda porque a Orión se le había explotado una herida que tenía entre una pata y el pecho, de la que le corría sangre y albergaba una comunidad de gusanos. El veterinario de San Jerónimo, afortunadamente, tiene un gran corazón y se alarmó tanto con el video de la herida que corrió a auxiliarlo.

Lo encontró en pésimas condiciones, pero pudimos salvarlo. Bonita, que pensábamos que lo odiaba, se pasó todo el fin de semana junto a él.

Ella desde el comienzo fue la alfa de la manada equina y no lo dejaba en paz, persiguiéndolo, ahuyentándolo, le robaba la comida, lo intentaba agredir, pero era por hambre y miedo. Ahora, de vez en cuando lo hace, por dominancia, pero la regañamos y lo defendemos. Él se aferra a su autonomía para vivir tranquilo, hasta que ella se lo permite. Eso sí, sabemos que ya se quieren, porque los caballos son gregarios.

Siete meses después, son libres, parecen otros dos perros que nos persiguen cuando caminamos. Siempre están junto a nosotras, pendientes de lo que hacemos y hasta nos acosan por la comida. Nunca han querido alejarse de nosotras, ni teniendo siempre el portón abierto, ni teniendo pasto en otro sitio.  Bonita hasta apoya su boca sobre mi cabeza y se duerme, y me deja darle besos en la nariz.

Ha sido una aventura conocerlos y aprender juntos. No los hemos montado porque aún están delgados, pero lo haremos porque deben ejercitarse o se aburren.  Eso sí, no queremos que recuerden que algún día trabajaron.

Ahora ya no temen a los humanos, a nuestros visitantes los saludan esperando zanahorias o caricias, ¿cómo han podido perdonar, en tan poco tiempo, a la especie que les hizo tanto daño?

3 comentarios en “Orión y Bonita

  1. Bella y ejemplar historia de amor equino. Se alimentan del amor que se les prodiga. Muy grata crónica en su sencillez, en su limpieza; de la esencia de el colectivo. A galopar! A galopar!!! Como enuncia el poeta Alberti. Como lo canta Paco Ibáñez. Arre!!!

    Me gusta

Deja un comentario