Apocalipsis climático en sur del Brasil

Pirañas en las calles de Porto Alegre

Por Renán Vega Cantor

Foto: Anselmo Cunha/Agence France-Presse — Getty Images

Las escenas parecen entresacadas de una película distópica: barrios enteros, donde vivían miles de personas, tapados por el agua; las pistas del aeropuerto anegadas y los aviones convertidos en piezas de juguete ante la inmensidad del agua; la cancha y parte de las gradas de los dos grandes estadios de fútbol convertidas en piscinas de barro, piedras y lodo; las calles de las ciudades y pueblos transformadas en caudalosos ríos en los que los habitantes deben desplazarse en botes y pequeñas embarcaciones como en tiempos preindustriales; miles de automóviles cubiertos por un lodazal turbio e impenetrable; la zona industrial de la principal ciudad de la región inundada, las fábricas paralizadas y miles de trabajadores sin empleo por la fuerza del diluvio; tiendas y centros comerciales destruidos por el empuje de las aguas como si fueran castillos de naipes; el retorno de caimanes y pirañas a las zonas urbanas, que se han vuelto lagos de barro, en las que recuperan parte de su territorio esos animales “salvajes” que habían sido desplazados de sus hábitats originales o han sido introducidos en forma irresponsable en lugares donde nunca debieron haber estado; en fin, un verdadero apocalipsis en el que murieron 150 personas y hay 100 desaparecidos, medio millón de damnificados y dos millones de desplazados de sus hogares y sitios de trabajo.

No son las escenas de una película futurista, son imágenes reales de lo acontecido en Río Grande do Sul, donde 400 pueblos y ciudades, entre ellas su capital, Porto Alegre, fueron arrasadas por un diluvio que duró dos semanas.

Las lluvias que asolaron la región sur de Brasil, en la última semana de abril y primera de mayo, no han sido ningún castigo de los Dioses, ni tampoco, según dicen los negacionistas climáticos, que encabeza el expresidente Jair Bolsonaro, son producto de una orquestada “conspiración comunista”. Esas lluvias son resultado de una mezcla de diversos factores de índole local, regional y mundial, producto del impacto climático del capitalismo realmente existente y sus lógicas destructivas.

En el plano local es notable la deforestación de la vegetación nativa, arrasada por la agroindustria, la destrucción de ecosistemas y un pésimo manejo político de los asuntos ambientales. En Brasil, en los últimos años disminuyó la inversión en prevención de desastres, a partir de la lógica neoliberal que asegura que la libre empresa todo lo soluciona de manera automática. Así, en 2020 Río Grande do Sul tenía asignados 3,4 millones de dólares, en 2023 la cifra se redujo a 600 mil dólares. El hecho más protuberante es el abandono del sistema de protección contra inundaciones construido en la década de 1970 y que les daba a los habitantes de Porto Alegre un falso sentido de seguridad e invulnerabilidad. Ese sistema cuenta con 65 kilómetros de diques y un muro de concreto de casi tres kilómetros. Ante el nivel de lluvias una de las compuertas no resistió la presión del agua del río Guaíba, en realidad un estuario de cuatro ríos que atraviesa la ciudad de Porto Alegre, y falló, dejando que el agua inundara las estaciones de bombeo y las inutilizara por el corte de electricidad que provocó la inundación.

Otro factor de largo plazo, que hoy evidencia su debilidad estructural, estriba en que, en las zonas inundables, máxime cuando se destruye la vegetación, nunca se debieron construir pueblos y ciudades, por aquello de que tarde o temprano el agua regresa a su cauce natural.

En el plano regional, las lluvias torrenciales se incrementaron debido a El Niño, que cíclicamente ocasiona lluvias más fuertes en el sur del Brasil y sequías en la selva amazónica, donde la acelerada deforestación modifica el régimen de lluvias en gran parte del continente. El Niño se ha visto exacerbado por una mezcla explosiva ‒una bomba climática‒ de deforestación, urbanización desordenada que ha invadido zonas lacustres y ha destruido la protección natural que brindaban los bosques circundantes y nula planeación para anticipar desastres y organizar a la gente para enfrentarlos, junto al desinterés de los grandes terratenientes, banqueros y capitalistas en invertir en prevención y protección ambiental.

Y en el plano mundial es resultado de los efectos reales del brutal trastorno climático en marcha, una de cuyas principales manifestaciones es el calentamiento global. Y eso se explica porque los océanos ya no son capaces de almacenar todo el calor que viene de la tierra y su intercambio con la atmosfera origina “bombas de calor” que se difunden por el planeta entero y cuyos efectos más prolongados se perciben en las zonas ecuatoriales y tropicales.

En resumen, las intensas lluvias de Río Grande do Sul resultaron de la combinación de tres factores principales: una vaguada (una intensa corriente de viento) propia de la región que alteró súbitamente al clima; una gran humedad proveniente del Amazonas que intensificó las precipitaciones, y una tremenda ola de calor en la región central de Brasil. El resultado, una lluvia intensa y continúa que no se presentaba en la región desde hace ochenta años y que vertió en diez días tanta agua como en tres meses.

La alteración de estos fenómenos climáticos es producto directo de acciones propias del capitalismo realmente existente, para el cual arrasar con la selva, sembrar vacas, erigir monocultivos, destruir la vegetación local, construir ciudades en zonas inundables, expulsar a indígenas y campesinos de sus tierras… no tiene ningún impacto climático ni ambiental. Según sus defensores, estas prácticas pueden seguirse haciendo eternamente sin que la tierra y la naturaleza se alteren, suponiendo alegremente que esas alteraciones no se devuelvan con una fuerza incontenible, tal y como acaba de ocurrir en Río Grande do Sul.

Una clara muestra del desquite de la naturaleza es la presencia en las calles de Porto Alegre, convertidas en caudalosos y lodosos ríos, de caimanes y de pirañas de vientre rojo (Pygocentrus nattereri), denominados palometas, que son pequeños peces carnívoros que habitan en aguas dulces. Este pez, que no es de la zona, arrasa con lo que se encuentra a su paso, peces y crustáceos, lo cual causa daños y alteraciones a los ecosistemas locales.

Que las pirañas hayan aparecido en las calles-ríos de Porto Alegre es una muestra irónica del capitalismo brasileño, porque estas pirañas de la naturaleza resultan benignas frente a las pirañas agroindustriales que en Brasil arrasan lo que encuentran a su paso, en campos y ciudades, en ríos y selvas, en tierra y mar. Sí, y con eso se calumnia a los peces-pirañas, las verdaderas pirañas son de dos patas, visten con corbata, llevan en sus manos lujosos portafolios, se mueven en automóviles de último modelo y solo piensan en las ganancias que obtienen con sus negocios, ganancias que aumentan entre más se destruye la naturaleza y se mata a los pobres. Un fiel representante de esta clase de pirañas, el expresidente Jair Bolsonaro, en plena inundación twitteó esta estupidez: «La crisis del clima es desinformación, usada con el fin de esclavizar al pueblo, subir impuestos, crear desempleo y más dependencia del Estado». Eso solo lo puede decir una piraña del capitalismo realmente existente a lo brasileño, en su manifestación política más brutal.

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