Entre la palabra y las sombras

¡Ni silencio ni olvido!

En memoria de las y los compañeros asesinados en ejercicio de su loable labor periodística

Por Roboán Rodríguez Carrera

Periodistas asesinados en México, Fotografías de Jéssica de la Cruz

Desde el primer día los retos se presentaron en el núcleo familiar. Las críticas directas y los intentos por desmotivar mi entusiasmo eran cosa de todas las mañanas. Algunos aseguraban que solo terminaría frente a estudiantes como un profesor frustrado, exponiendo una y otra vez, con ultrajante incoherencia, lo importante y valioso que es para toda persona formar su propia identidad para forjar, así, su camino de emancipación. Algunos otros, con sencillez y moderación, simplemente me veían y estimulaban con reserva mi anhelo de conseguir ese sueño.

Al tomar el papel y la pluma yo sentía cómo las palabras parecían desenvolverse por sí solas; había una inercia natural en ese acto. Era como si una conexión intrínseca naciera entre el mundo circundante y mi pensamiento imaginativo; un puente entre aquello invisible para los demás, pero alcanzable para mí.

Conocer y contar historias me parecía un viaje hacia las profundidades del yo real; el ser que existe sin alegorías ni ornamentos disuasivos. Describir y narrar lo que nos reconstruye día con día, se convirtió en mi mejor terapia para contener esa sensación interna de absurdo vacío; la vida parecía mostrarme una misión llena de sentido. Encontré, entonces, la motivación suficiente para afrontar la investigación con veracidad y franqueza, algo de lo que tanto adolece la convivencia cotidiana.

Escuchar, observar y redactar serían, finalmente, mis andanzas predilectas para entender cómo y porqué las condiciones y oportunidades de desarrollo son estructuradas y diseñadas de la manera en que las apreciamos. El espacio-tiempo de los hechos, con sus matices de subjetividad, se presentaba ante mí como solicitando una descripción liberada de entelequias y falsedades.

Al poco tiempo, sin importar mi abnegada oposición, tuve que reflexionar la realidad con mayor sensatez; comprendería que, para muchos, la verdad es incómoda e intolerable; encubrirla o someterla bajo su voluntad a cualquier precio, vale más que la vida de algunos; algunos que, como yo, la hicimos nuestra bandera y escudo; el epicentro de nuestras divulgaciones.

He perdido la cuenta de los días; tres, o tal vez más. No lo podré saber mientras mis ojos continúan vendados. El hedor a putrefacción es insoportable. El piso es muy frio, y mis manos están inmovilizadas y adormecidas de dolor. Solo espero que, tras mi repentina ausencia, los compas del gremio estén movilizándose; bloqueando calles o tomando plazas públicas; saturando las redes sociales con mi foto, o lanzando comunicados para exigir mi búsqueda. Algo, lo que sea, pero que sea fuerte, muy fuerte, como para hacer temblar al maldito político o narco que me metió aquí.

Somos vulnerables; frágiles y volátiles frente al poder corrupto y sus abusos. Ni pidiendo protección al mismísimo presidente de este México plagado de narco-gobiernos estamos a salvo. Tal vez debí haber hecho caso a mi compañera, y cargar un revólver; pero, ¡qué imagen habría dado!: un buscador de noticias con arma en mano; ¡un periodista guerrillero! ¡Carajo! Qué más daba el título, me habría podido salvar de estar aquí, sin saber, siquiera, si vivo, sueño, o desvanezco…

Tenía clara las cifras, pero nunca creí que me tocaría: “México, por tercer año consecutivo, el país donde más periodistas son asesinados”. 47 compas del gremio asesinados en los últimos cinco años. Tan solo ya tres en este enero. ¿Y yo?, ¿acaso seré el próximo?; o ya lo soy, y solo sigo formulando pensamientos inertes por agonía o delirio.

Tan peligrosa es la verdad que tanto le temen. Tan inquietante es difundir y desenmascarar a los que mienten y engañan. Sí, ahora lo comprendo en su plenitud: la verdad reluce y conmueve; convence por sí misma. Pero ellos se empeñan en abatirla y ocultarla con el miedo y el terror; con la torpeza y la brutalidad de quienes no quieren ver lo inútil de su intención.

¡Qué bueno sería que alguien pudiera leerme ahora! Mis últimas ideas podrían aportar motivación o entusiasmo a mis compañeros que han elegido la profesión del informador; del que busca para compartir. Estoy seguro que mis compañeras escribirían con mayor detalle y elocuencia lo que quise expresar. Sí que lo harían, por amistad o profesionalismo, pero lo dejarían bien hecho…

Así de delgada es la línea cuando asumes enarbolar y defender la verdad; cuando tomas el riesgo de llegar hasta el origen de la noticia; cuando vences el silencio y el olvido; cuando vives, consciente y decidido, entre la palabra y las sombras…

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