No se sabe cuándo van a pagar nuestro salario

Por Álvaro Lopera

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Martes, 9am. – ¿Qué hacemos, paramos o no paramos? – Era la voz de la exasperación que hablaba, no la conciencia gremial, no la conciencia que les hubiera indicado que iban a exigir un derecho por un trabajo realizado, no un pago a secas para cancelar deudas con el pagadiario, con el arrendador, con el carnicero, etc.; se sumaban casi tres meses de no recibir un salario, como si no hubieran trabajado, como si lo que hicieran no afectara para nada la vida del Hospital General de Medellín (HGM).

–Paremos–, contestó una mujer con ojos volantones.

La noticia de que al otro día algunxs no iban a trabajar le llegó primero a la jefa, una mujer especializada en maltrato y en recordarles a toda hora ese ejército de reserva que abunda en las ciudades.

–Muchachos, en sus manos está su decisión, su futuro–, los conminó esta vez sin insultarlos.

Son 21 trabajadores en el servicio misional, de los cuales solo 3 son hombres. La primera voz fue la de una joven, supuestamente decidida a todo; bueno, no a todo porque el tiempo, cuatro días, se encargó de desbaratar su supuesta posición inclaudicable.

Se sumaron nueve más al paro. Esta vez parece que abundó la voluntad, a pesar de que once se regalaron, esquirolearon el movimiento espontáneo y valioso que sembraría un precedente en ese centro de salud, en donde nadie de la contratación sindical se atreve a dar un paso al lado.

Al día siguiente la jefa se comunicó por whats app, conminándoles a informar quién no seguiría trabajando y recordándoles a todxs que era su decisión, dejándolxs en un perfecto limbo, pues lo asumieron como una amenaza; y el palo no está para hacer cucharas.

Iniciación del movimiento

Y empezó el movimiento con más preguntas que certezas. La jefa, como bien lo sabe hacer, al final del día uno, se quejó del excesivo trabajo que tuvo y de su gran cansancio. Las once restantes, todas mujeres, se solidarizaron con la “buena mujer”, reconociendo que no era justo que ella hiciera tantas cosas y que nadie la ayudara.

Se doblaron, trabajaron más de doce horas diarias de ahí en adelante, mandándole un mensaje a la nueva gerente del hospital, Claudia Arenas, médica de profesión y mano derecha del derechista alcalde de Medellín, que definitivamente podrían cumplir las tareas con menos personal. El plan B del hospital fue tomar mano de obra de otros departamentos para que reemplazaran a lxs rebeldes. Y así se hizo, con estruendoso fracaso.

–La jefa, pobrecita, se está desgastando mucho– afirmó una de las esquirolas en el whats app grupal. Mientras tanto lxs “rebeldes” escuchaban estos lamentos, y en su cabeza se empezaba a agitar la aflicción por la potencial pérdida de su trabajo, si es que se puede llamar trabajo a ese maltrato.

Otros servicios imitaron a lxs trabajadorxs y pararon su labor: eran enfermeras auxiliares que tenían la certeza de que se quedarían sin empleo, a sabiendas de que la nueva gerente ya había procedido a cancelar el contrato a más de ochenta trabajadores, entre contratistas y vinculados, o por lo menos eso era lo que se oía en los rumores de pasillo, que, para aumentar el mal ambiente y el caos, corrían como aves de mal agüero por todo el hospital.

La mala comunicación, otra perfidia

Si en algo se han destacado las administraciones neoliberales del HGM, es, aparte de no respetar o hacer respetar los derechos adquiridos de lxs trabajadorxs, en llevar a efecto la mala comunicación como una estrategia para impulsar el desespero, el agobio, con la venia, eso sí, de la mala gestión de los tres sindicatos que existen en dicha entidad.

El rumor es el terreno propicio para la desesperanza. Llegan las malas noticias, las amenazas administrativas y nadie las confirma ni las niega. No ha habido rendición de cuentas de la gerencia desde hace cuatro años. La interpretación y la congoja de todxs lxs trabajadorxs es el pan de cada día. Los sindicatos no informan y la administración menos; y mucho menos la burocracia del “gremio sindical” que ejecuta el mal llamado contrato sindical –ese invento azaroso de la administración de Álvaro Uribe–, que desde que llegó al hospital les confirmó a lxs trabajadorxs que ellxs eran asociadxs y que el futuro era de todxs; y que si le va mal al gremio –a esa burocracia corrupta que se roba cerca del 20% de los salarios– a todxs les va mal.  

Cuatro días de paro y el barco hace aguas

–No sé qué hacer, es que en mi familia no me permiten estar en la casa sin hacer nada, puesto que yo soy la que paga el arriendo; y si les explico, mi papá me dice que es problema mío, –le cuenta una compañera a otra con cierta desilusión–. Creo que prestaré más dinero y regresaré al trabajo; tengo miedo.

Milena, quien la escucha, está decidida a continuar hasta el final, pero intuye que será una de las expulsadas por haberse convertido en la oveja negra del servicio. Sabe que perderá, como decimos coloquialmente, “chicha, calabaza y miel”. En la soledad de su casa se pregunta cada día, después de solo cuatro días de movimiento huelguístico espontáneo: “¿Cuál será el próximo en abandonar?” Y se imagina que siguen lxs que tienen hijos o ven por sus padres. Todxs regresarán derrotadxs con la cabeza gacha a laborar, esperando que no tomen medidas contra ellxs. Su hambre y su potencial expulsión de la casita que tiene en arriendo son problemas que quedan pendientes.

Todxs, incluidas las esquirolas, verán qué nuevo préstamo hacer para pagar a los “pagadiarios”, esas bandas que prestan con un interés del 20% mensual so pena de castigar a quien no pague. Al quinto día, quedan tres firmes, tal vez dos, y probablemente sus contratos serían cancelados si es que no regresan a su puesto de trabajo con el sambenito de la derrota.

El sábado en la mañana, en los pasillos del HGM, se desplazaba lentamente un nuevo susurro: “La gerente va a expulsar al gremio sindical y la nueva contratación sería por prestación de servicios”; a lo que se agregaba: “todxs van a perder dos meses de salario (febrero y marzo) porque el hospital solo pagará abril”, o sea, el chisme habla de que pasarían de Guatemala a guatepeor.

Unas horas más tarde, la jefa les comunicó por el whats app que todo eso era mentira, que es un rumor, que el “gremio sindical” continúa y que no se sabe cuándo pagarán sus salarios.

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