Derrotas de abril

Derrotas de abril
Foto: Luis Fernando Gaitán

Por José Abelardo Díaz Jaramillo

El 10 de abril de 1948, horas después de ser asesinado en una calle del centro de Bogotá, el cuerpo de Jorge Eliécer Gaitán fue entregado a su esposa, Amparo Jaramillo, quien lo trasladó en una zorra –al no haber conseguido un camión o carroza fúnebre– a la casa que habitaban, ubicada en el barrio Santa Teresita. Los sucesos posteriores al magnicidio, ampliamente conocidos por su dimensión trágica, opacaron las implicaciones políticas ligadas a la forma como se dirimió el lugar en que debía ser enterrado el líder popular. Como se sugiere en esta nota, el sitio escogido y la forma en que se ejecutó el acto fúnebre, pueden interpretarse como el cerramiento del círculo de la derrota simbólica que los sectores dominantes le propinaron al pueblo gaitanista en esos días de abril.

¿Qué hacer con Gaitán?

En las memorias publicadas hace algunos años por Carlos Lleras de la Fuente (hijo de Carlos Lleras Restrepo y tío de Germán Vargas Lleras), hay varias referencias a Gaitán que están marcadas por el resentimiento y desprecio hacia su figura política. Documentos como este (diarios y autobiografías de individuos procedentes de las “altas esferas”) son reveladores y permiten reflexionar sobre los contenidos de las ideologías de los sectores dominantes y desentrañar el misterio del ministerio, es decir, la forma como aquellos justifican sus posiciones de dominio, cobijándose con mantos de legitimidad social y cultural.

En el caso de Gaitán, Lleras de la Fuente aprovecha cada oportunidad que tiene para reducirlo en su dimensión política: “demagogo sin característica alguna de estadista”, “triste fascista imitador de Mussolini”, “apedreador e insolente”, son algunas de las expresiones con que se topa el desprevenido lector. No obstante, la mayor afrenta a Gaitán y a su memoria la registra al describir la forma como se escogió el sitio en el que reposarían sus restos.

Anota Lleras de la Fuente que la viuda, renuente a acceder a la petición del gobierno conservador de no conducir el cadáver a la Plaza de Bolívar, finalmente cambio de parecer por dinero (“es un problema de dinero”, es la expresión que pone en boca de un miembro del liberalismo), dando a entender que la decisión de enterrar el cuerpo en la sala de la casa, como efectivamente sucedió, estuvo condicionada al manejo de recursos económicos provenientes del gobierno, que declaró la vivienda como un mausoleo.

Para Herbert Braun, autor de un brillante estudio sobre el significado de Gaitán en la historia colombiana del siglo XX, es claro que figuras del liberalismo que se opusieron a la jefatura del partido liberal en cabeza de Gaitán (entre quienes figuraba Carlos Lleras Restrepo), sacaron provecho de la crisis política del 9 de abril y de la ausencia del inmolado, e incidieron en la decisión de dónde y cómo dar sepultura a los restos del caudillo, no sin antes garantizar que de ese acto simbólico brotara un nuevo golpe en dirección a las masas gaitanistas.

Restaurar las jerarquías

Cuenta Braun que los jefes liberales, interesados en negociar con el gobierno conservador el acceso a cargos de dirección del Estado y extirpar el liberalismo insurrecto (por eso los denomina liberales ‘convivialistas’), contemplaron varias posibilidades para ubicar los restos de Gaitán. Si lo enterraban clandestinamente en una tumba anónima, harían de él un mártir y no podrían reclamarlo como suyo. Si lo enterraban en un lugar público podrían tornarlo en un civilista, ni más faltaba. Al no hacerlo, lo convertirían en un caudillo subversivo. Tampoco contemplaron hacerlo en la Plaza de Bolívar, como alguien sugirió, ya que el lugar se convertiría en un sitio público que, de seguro, convocaría al pueblo en manifestaciones futuras.

Finalmente, Amparo Jaramillo, que al comienzo se negaba a autorizar el entierro si el presidente Mariano Ospina Pérez no renunciaba, accedió el 17 de abril, luego de que los convivialistas presionaran para llegar a un acuerdo en el que se estipulaba comprar la casa y convertirla en un monumento y que allí reposara el cuerpo de Gaitán. Al aceptar con dolor la propuesta, de paso, accedió a asistir a los funerales simbólicos, sin desempeñar ningún papel en ellos, y retirar su exigencia de la renuncia de Ospina Pérez.

El viraje que tomó el asunto, según Braun, no pudo ser mejor para los liberales antigaitanistas y los conservadores gobiernistas: Gaitán quedaría enterrado lejos del centro de la ciudad, en una casa privada. Sin embargo, no contentos con lo anterior, los liberales se aprestaron a convertir la ceremonia, programada en el Parque Nacional, sin la presencia del cuerpo del líder, y a la que asistieron más de cien mil personas, en una demostración de poder para restaurar su influencia sobre la muchedumbre desafiante.

Trataron, entonces, de imitar la disciplina de la Manifestación del Silencio que había sido convocada por Gaitán semanas atrás, adecuando un acto en el que el pueblo guardaría silencio, significando que las figuras liberales lo controlaban y que debía aceptar su jefatura. Al manejar de esa forma el duelo del pueblo afligido, los jefes liberales retomaron la tesis de que el papel de aquel debía ser de espectador pasivo dentro de la vida nacional y, por sobre todo, respetuoso de las jerarquías.

La estocada final vino con el discurso de cierre a cargo de Carlos Lleras Restrepo, nuevo jefe del partido liberal y eterno enemigo político de Gaitán, como lo reconoce Lleras de la Fuente en sus memorias. El hecho no fue fortuito: el principal enemigo del caudillo, a quien detestaba y consideraba como un intruso en la política, era el encargado de pronunciar las palabras principales en el acto de despedida de quien había encarnado la mayor amenaza al sistema oligárquico en Colombia. Al hablar, Lleras Restrepo lo hizo de la única forma como sabía hacerlo: “De pie frente al pueblo, no le hablaba a él, sino que hablaba de él”, afirma Braun, advirtiendo la sondable diferencia con la avasalladora oratoria gaitanista.

Sintetizando, estos detalles que surgieron alrededor del “entierro” de Gaitán, vistos en conjunto, permiten establecer que en torno a la despedida simbólica del líder popular se configuró un nuevo triunfo de las castas de los dos partidos tradicionales de la época, que apuntó a borrar el gaitanismo de la memoria colectiva (pretensión no lograda del todo) y canalizar la furia que el pueblo había desplegado horas antes en Bogotá y en otras ciudades.

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